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Una Champions exprés en tiempos de guerra

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Una Champions exprés en tiempos de guerra

Lisboa acoge el torneo en un nuevo formato para su supervivencia y agrupa en un búnker a todos sus protagonistas, menos el público

Llegada a Lisboa de los jugadores del Atlético.
Llegada a Lisboa de los jugadores del Atlético. PATRICIA DE MELO AFP

Creada en 1956, la Copa de Europa no sufrió interrupciones por las Guerras Mundiales que detuvieron los Juegos Olímpicos o el Mundial de fútbol. Era un torneo del nuevo orden, de la Guerra Fría, diseñado por una UEFA que no escapó a las tensiones de la época, a conflictos territoriales posteriores, como la guerra de los Balcanes, y hasta a los estallidos de violencia que provocaron la suspensión de los clubes ingleses. Jamás, sin embargo, interrumpió el funcionamiento de su torneo franquicia por una amenaza global. El Covid-19 era la primera, pero el organismo se adaptó para diseñar una Champions propia de tiempos de guerra, con otro formato y sus protagonistas metidos en un búnker. Todos menos los espectadores.

Lisboa fue el lugar elegido por el menor impacto de la pandemia en Portugal, aunque hace un mes hubo confinamientos de barrios en la capital lusa debido a rebrotes. Nadie está a salvo, pero el fútbol que es también industria, no así el aficionado, continúa, incluso pese a positivos en varios equipos, los dos últimos en uno de los contendientes, el Atlético de Madrid. La final a ocho, a partido único desde los cuartos y sin público, abre el abanico de posibilidades, porque las circunstancias pesan tanto como el estado de forma. Como sucedió en las ligas domésticas, puede que no venza el mejor, sino el que mejor se adapte.

Hablar de favoritos es, pues, más difícil que nunca. Entre los ocho equipos, únicamente dos campeones del torneo (Bayern y Barcelona), sin el vencedor de la pasada edición (Liverpool), ni el club récord de la Champions (Real Madrid). El Bayern llega con su heráldica e impronta, pero, pese a su tradición europea y a tener al mejor artillero del torneo, Lewandowski, las referencias obtenidas en la Bundesliga hay que tomarlas con mesura. El Barça es Messi, que no es poco, pero no es lo que era antes.

El PSG suma incógnitas a las incógnitas, dada su prolongada inactividad tras suspenderse la liga francesa en plena pandemia, por lo que Manchester City y Atlético son los más fiables de entre los aspirantes, los que más responden a lo que son. Han eliminado, además, a los dos últimos campeones (Liverpool y Real Madrid). La variable de los contagios que alteró el viaje de la expedición rojiblanca no debe ser un problema para el trabajo de mentalización de Simeone. Incluso, puede reconvertirla para aumentar la compresión, el mito de las Termópilas que tanto le funciona: contra todo y contra todos. El Atlético es más Atlético en la circunstancia adversa.

El partido a partido tiene, en Lisboa, más sentido que nunca, puesto que esto es como un Mundial, directamente combates al KO. Si los ilustres se miran mucho entre ellos se equivocarán, porque en el búnker de Lisboa sopla un viento interesante, el de equipos ofensivos como Atalanta o Leipzig, peligrosos si se entra en su juego de oleadas. Los italianos abren, hoy, el torneo, frente al PSG.

Otros enemigos del fútbol

La UEFA nunca había tenido que tomar una decisión tan drástica como la de suspender un torneo, en este caso la Eurocopa, aplazada a 2021. Con buen criterio, la organización asumió ese sacrificio para dar espacio a las ligas y a la Champions, claves para el sostenimiento de los clubes, que viven de sus derechos de televisión. La final, prevista en Estambul, también se trasladó a la edición del año próximo, y se buscó un lugar donde encapsular una Champions exprés. Crear una burbuja es el sistema más seguro, como demostró la ACB o ha hecho la propia NBA, al contrario de lo sucedido en las ligas, con positivos aislados.

Los clubes y la organización pierden dinero, al minorar los derechos por la reducción de partidos y no contar con los ingresos por taquillas, además de las pérdidas en ‘merchandising’. No jugar, sin embargo, habría llevado a la quiebra a varios equipos y habría provocado una retracción de patrocinadores para el futuro. Era importante salvar esta Champions y lo es más garantizar la próxima, con una hoja de ruta prevista para iniciarse a mediados de octubre, si el coronavirus no lo impide.

Este enemigo invisible quizá no sea el peor que haya afrontado el fútbol en su historia, pero sí el más complejo, del mismo modo que la economía, presa de la crisis y la volatilidad de los mercados, o la política, hecha un circo. La UEFA ha conocido otros, desde boicots como el del régimen franquista a la eliminatoria que España debía jugar en terreno soviético, en la primera Eurocopa (1960), a la violencia de los hooligans que acarreó la suspensión de los clubes ingleses tras Heysel (1985), o la de la ex Yugoslavia para la Eurocopa de 1992 y de los clubes serbios, por la guerra de los Balcanes, un año después de que el Estrella Roja de Belgrado ganase la última Copa de Europa (1991). Treinta años más tarde, con otro nombre y otra dimensión, la Champions es la esperanza del fútbol y Lisboa su depositaria, su ciudad fortín en tiempos de guerra.