Lo que quedó tras Chernóbil: una historia de personas, animales y plantas que luchan por sobrevivir entre los restos del desastre
El 25 de agosto de 1999, Lydia Sovenko rompió aguas. Su niña, María, vino al mundo sin médicos ni matronas en una cabaña medio abandonada junto a un huerto y un puñado de gallinas. Aquel era el lugar donde sus padres se habían instalado unos años antes haciendo oídos sordos a las amenazas de las autoridades.
Hasta donde sabemos, la pequeña María es la única persona que ha nacido en la Zona de Exclusión de Chernóbil en los últimos 30 años. Pero también es un símbolo de lo que se esconde en ese enorme espacio de 2.600 km2 donde un día de 1986 se prohibió la vida. ¿Qué ha pasado en La Zona después de la catástrofe?
Ecos de Chernóbil
El 26 de abril de 1986, el reactor 4 de la central nuclear Vladimir Ilich Lenin explotó. Durante las siguientes horas, días y semanas en aquella zona del norte de Ucrania se liberaron 500 veces más material radiactivo del usado en la bomba de Hiroshima en 1945. Chernóbil no solo fue el accidente nuclear más grande de la historia, sino uno de los desastres medioambientales más graves de los que tenemos conocimiento.
Tras el accidente, las autoridades soviéticas, primero, y ucranianas, después, trazaron una zona de alienación de 30 kilómetros alrededor de la central para evitar que la contaminación radiológica se diseminara. Era prioritario contenerla, Chernóbil estaba a dos horas en coche de Kiev y a pocos kilómetros del Dniéper, la arteria fluvial de Ucrania.
Para ello, se desplazó a 91.200 personas en sucesivas oleadas y se empleó a unos 600.000 ‘liquidadores‘ que trataron de minimizar las consecuencias del desastre. Entre otras cosas se sacrificaron a miles de animales, se abandonaron miles de casas y La Zona se convirtió en lugar fantasma.
Aunque, en realidad, no todos se fueron. Unas 1200 personas, casi todas personas mayores que se negaron a abandonar su hogar o personas que volvieron ilegalmente cuando quedó claro que la evacuación no era temporal, siguieron viviendo en la Zona de Exclusión después de 1986. En su libro, ‘Voces de Chernóbil‘, Alexievich Svetlana cuenta la historia de algunas de ellas.
La segunda vida de Chernóbil
Desde aquel momento, la población fue bajando lentamente. Sobre todo, por la presión de las autoridades y porque hablamos de una población muy envejecida que en estas tres décadas fue desapareciendo. Hasta el año 2000, la central nuclear estuvo en funcionamiento y los empleados entraban y salían cada día en la Zona para poder ir a trabajar. Eso hizo que algunas personas, como Lydia Sovenko y su marido, se instalaran dentro de la zona de exclusión mientras intentaban encontrar trabajo o huir de la pobreza. Fueron muy pocos y la mayoría acabaron yéndose. A principios de esta década, se calcula que había unas 180 personas, la mayoría mujeres.
Esto ha cambiado en los últimos años cuando las cifras se han vuelto mucho más problemáticas. El conflicto y la guerra civil ucraniana parecen haber hecho que muchos refugiados busquen en Chernóbil un lugar donde vivir. No es sencillo porque los inviernos de la zona pueden llegar a los -20º en invierno y muchos de los suministros básicos no están disponibles (ni gas, ni electricidad, ni agua no contaminada, ni teléfono)), pero la población sigue creciendo pese a la oposición del Gobierno ucraniano que quiere seguir el ejemplo bielorruso y declarar la zona reserva de la biosfera.
En el jardín del Edén
De hecho, si levantamos la vista y nos fijamos en la flora y la fauna, el cambio ha sido aún más sorprendente. Después del accidente, los pinos que se encontraban en un área de unos cuatro kilómetros cuadrados del reactor empezaron a tomar un color marrón rojizo para acabar muriendo. Lo llamaron ‘Bosque rojo’. Algo similar le pasó a toda la flora y la fauna en un radio de 30 ó 30 kilómetros alrededor de la central.
Pero eso fue hace 30 años. Sin seres humanos, la Zona ha protagonizado un progresivo crecimiento de las poblaciones de ciervos, lobos, osos y perros. Aunque es cierto que el número de mamíferos ha crecido en toda Europa en estas décadas, el fenómeno ha sido inusitadamente poderoso en la región una vez que la actividad económica humana desapareció.
No hay humanos, pero sí radiación. Y lo que parecen señalar los estudios es que los altos niveles de esta están teniendo un impacto sutil pero significativo en la fauna de la región. Como señala Timothy Mousseau, un biólogo que lleva años estudiando a los animales de la Zona y ha desarrollado una amplia actividad antinuclear, muchas especies (como las arañas) tienen un comportamiento errático y poco adaptativo.
¿Cómo es posible todo esto?
El motivo real es que no sabemos cual es la peligrosidad real de desastres como estos. Al menos, no todo lo bien que nos gustaría. Durante años se ha debatido mucho sobre el número real de muertos del accidente.
Basta con recordar que en un primer momento, la URSS solo admitió la muerte de dos operarios y, tras verse forzada a revisar las cifras, nunca reconoció más de 54. Por otro lado, los investigadores independientes dan una amplísima horquilla que va desde [las 9.000 víctimas de los cálculos de la OMS en 2005 a los 60.000.
Como explicaba Antonio Villareal hace unos días, el mayor problema que tenemos es que el modelo que usamos para calcular el daño de la radiación ionizarte (y el aumento del riesgo de cáncer) genera “números especulativos, improbados, indetectables y fantasmas”. Es una herramienta que sirve para ayudarnos a prevenir problemas, pero ano para calcular daños.
Lo más interesante, de todas formas, es la evidencia acumulada que sugiere que “este riesgo elevado de suicidio proporciona una evidencia concreta de que las consecuencias psicológicas representan el mayor problema de salud pública causado por el accidente hasta la fecha”. Estas secuelas “junto con el hábito de fumar y el abuso del alcohol, resultó ser un problema mucho mayor que la radiación“.
Con los años, hemos ido asumiendo que sí, la región era un sitio peligroso y que la zona de exclusión es una medida necesaria, pero que está lejos de ser el escenario post-apocalíptico que pareció en su momento. ‘Chernóbil’ viene del protoeslavo ‘hojas negras’ y durante mucho tiempo se pensó que ese era su destino… hoy sabemos que, con problemas e incertidumbres, está decidida a volver a florecer.
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La noticia
Lo que quedó tras Chernóbil: una historia de personas, animales y plantas que luchan por sobrevivir entre los restos del desastre
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Javier Jiménez
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