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Jorge Rafael Videla: el dictador del que nadie supo nada, nunca

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Jorge Rafael Videla: el dictador del que nadie supo nada, nunca

El nuevo libro de Martín Kohan indaga en la juventud pulcrísimo e insondable del militar argentino

Jorge Rafael Videla, durante un desfile militar no datado, en Buenos...
Jorge Rafael Videla, durante un desfile militar no datado, en Buenos Aires. STR

«Videla es un moderado, un soldado profesional en cada sentido de la palabra, un constitucionalista que si bien defiende que la señora Perón debe ser depuesta, quiere dejar el poder en manos de los civiles, si fuera posible». El entrecomillado está tomado de un informe enviado por el embajador estadounidense en Argentina, Robert C. Hill, a Henry Kissinger, en vísperas del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, el comienzo de siete años y medio de gobiernos autoritarios en los que Videla actuó como el primero entre pares y desarrolló una política de guerra santa. Todo suena a ya leído, ¿verdad? ¿No tenía fama Pinochet de ser un militar leal a Allende? ¿No era Franco un general casi liberal cuya ambición sólo intuyó Manuel Azaña?

La historia es compleja e incierta, sobre todo, si se mezclan factores emocionales y psicológicos. ¿Fueron aquellos moderados devenidos en autócratas simples oportunistas? ¿Fueron cínicos, fueron almas insondables? En el caso de Videla, la duda es mayor, ya que su vida, antes del golpe, es la del perfecto hombre sin atributos.

Ahora, 95 años después del nacimiento de Videla y siete años después de su muerte, Confesión, la nueva novela del argentino Martín Kohan (Anagrama), aborda ese carácter esquivo. Entre otras cosas, Confesión reconstruye su infancia en Mercedes, una ciudad cuartelaria, a 96 kilómetros de Buenos Aires. ¿Qué encuentra que Kohan pueda ser un presagio del papel de Videla en lo años 70? Unas maneras pulcrísimas, un ensimismamiento obsesivo y poco más.

Para un lector español que conoce vagamente la historia reciente argentina, Videla es el más identificable de los dictadores. Más que el almirante Massera y mucho más que el aviador Agosti. ¿Cuál era la razón por la que destacó Videla? ¿Tenía más carisma, era más inteligente, era más feroz?

«Ninguna de esas cosas, y es en parte eso lo que me interpeló y me impulsó a escribir esta novela», explica Kohan, ganador del PremioHerralde de 2007 por Ciencias morales. «Videla presidió la primera Junta de Gobierno en los años más brutales de la dictadura y asumió su plena responsabilidad de mando respecto de lo actuado por el terrorismo de Estado. Pero no era el de mayor ambición política, ni el más inteligente, ni el más feroz; todo eso, para el caso, podía corresponder a Massera, responsable del principal centro clandestino de tortura y desaparición de personas, la ESMA. Videla ofrecía una imagen severa pero correcta, atildada, compuesta, rigurosa. Esa combinación perturbadora de rectitud y criminalidad es la que me convocó».

Algunos datos: Jorge Rafael Videla tomo sus nombres de Jorge y Rafael, sus hermanos mayores que murieron antes de que él naciera. Su padre era coronel, el hijo de un linaje de provincias con cierto abolengo: militares, embajadores, políticos… Su madre, Olga, era una chica burguesa formal. En su casa no había espacio para la transgresión y Jorge Rafael aceptó las reglas. Estudió en Buenos Aires, siguió la tradición militar, se casó con alguien de su clase, fue un cristiano virtuosísimo…

Confesión no es un libro de Historia, es una novela y en sus páginas pesa más la evocación que la información. Pero, si buscamos en El dictador, La historia secreta y pública de Jorge Rafael Videla, la biografía escrita por María Seoane y Vicente Muleiro (Penguin Random House), tampoco hallaremos anuncios del terror. Todo lo interesante ocurre a partir de las vísperas del Golpe.

Seoane y Muleiro confirman la opinión de Martín Kohan: Massera era, entre los militares de la Junta, el hombre de talento para la política como transacción: ideaba trueques, faroles y adulaciones para consolidar su poder y el de su clientela en la Marina.En vísperas del golpe, Massera presionaba a Isabel Perón para que dimitiera con el argumento de que eran los oficiales medios los que se podían levantar y después negociaba para garantizar que la Marina controlaría un tercio de los ministerios. Videla, en cambio, decía que sólo le guiaba la responsabilidad. Mas o menos, era cierto.

Ningún relato sobre dictaduras está completo si no recoge a aquellos que la combatieron. La segunda parte de Confesión retrata la Operación Pelícano, un atentado del Ejército Revolucionario del Pueblo, que en 1977 accedió al plano del entubado del río Maldonado bajo la ciudad de Buenos Aires. Un comando del ERP recorrió ese cauce secreto y llegó al subsuelo del Aeroparque Jorge Newbery, donde instaló 500 kilos de TNT. El plan consistía en que la pista del aeropuerto reventara en el momento en el que Videla estuviese despegando. La bomba explotó pero Videla salvó la vida por centímetros.

«Fue un intento ya casi desesperado, aunque sostenido en un optimismo hoy increíble», explica Kohan. «Lo cierto es que, para cuando se dio el golpe, en marzo de 1976, la capacidad de combate de las organizaciones armadas ya estaba prácticamente anulada. De ahí en más, lo que siguió fue una política de arrasamiento de toda resistencia política, social, cultural; la instrumentación del terrorismo de Estado para paralizar al resto de la población y anular en la sociedad argentina toda ambición emancipatoria».

¿Quiénes eran los clandestinos del ERP? Gente de universidad, clase media o algo mas. “Eran de una extracción social generalmente buena (pero no necesariamente de Buenos Aires) y tenían una fuerte formación ideológica. En la relación de su proyecto revolucionario con las masas populares (y en rigor: en no haber logrado afianzar esa relación) radica una de las claves de la derrota. No quiero simplificar la cuestión de la composición social en el ERP, había de todo, claro. Pero no fue un sector que consiguiera arraigo en las masas populares, eso seguro“, explica Kohan.

En el último capítulo de su libro, se cuenta la historia de una mujer bonaerense, también de clase media, que anhelaba la estabilidad que prometían los militares, pero que no era una persona cruel, ni una fascista temible. En su dilema, acababa por convertirse en una cómplice de los militares. “En Argentina se ha pensado mucho en todo eso: la cultura del miedo, la complicidad pasiva, qué se podía hacer o no. Pero entiendo que la literatura permite una indagación más concreta de cómo funcionan específicamente algunos mecanismos sociales y personales, de ahí mi interés”.