El Barcelona abraza un nuevo credo: ganar
Champions
Barcelona – Nápoles (3-1)
El Barcelona abraza un nuevo credo: ganar
Renuncia aparentemente a sus señas de identidad para imponerse al Nápoles con goles de Lenglet, Messi y Luis Suárez y asegurar su presencia en la fase final de Lisboa
En tiempos de necesidad, la tradición y la esencia pierden su importancia. Para evitar cerrar la temporada sin grandes títulos, algo que no ocurre desde el año 2014, cuando sólo se alzó con la Supercopa de España, el Barça de Quique Setién parece haber abrazado un nuevo credo: ganar por encima de todo. Por eso, no le importó aparentemente que la posesión y la iniciativa recayeran en gran parte en manos del Nápoles. Lo que primaba era superarlo y meterse en la fase final de Lisboa. Algo que logró por medio de los goles de Lenglet, Messi y Luis Suárez. El uruguayo marcó tras un penalti sobre el argentino que le provocó sudores fríos a más de uno e Insigne, también desde los 11 metros, salvó la honrilla de los visitantes. Ahora, está sólo a tres partidos de levantar la tan deseada Copa de Europa. La tozuda realidad, no obstante, invita a pensar que será muy complicado lograr un feliz desenlace.
A Setién le pudo más el pragmatismo que el cruyffismo. A pesar de que aseguró el día de su presentación que, si se lo ganaban, los jóvenes tendrían sus oportunidades, tanto Riqui Puig como Ansu Fati empezaron el partido desde el banquillo. El centrocampista, que embelesó a Gattusso en un duelo de pretemporada entre los azulgrana y el Milan hace un par de años, se quedó con la ganas de estrenarse en Europa. El hecho de tener que enfrentarse al siempre exigente escrutinio del público del Camp Nou, en gran parte más que ilusionado por estas dos últimas perlas de La Masia, no podía ser en esta ocasión excusa. Cabe imaginar que fue cosa de galones, de poner por delante a los que llevan más tiempo en las filas del primer equipo, y dejarles a ellos el papel de revulsivo en el caso de que las cosas se torcieran. O, en el mejor de los casos, para darles entrada si las cosas se ponían muy de cara. Algo que, finalmente, no llegó a suceder. Sí debutó, en cambio, otro joven, Monchu, también centrocampista, pero de perfil diferente.
Esa apuesta por el pragmatismo en lugar del cruyffismo tuvo también su extensión en el juego del equipo. Por mucho que Setién asegurara en la previa que respeta el ADN y la filosofía del Barça, la posesión, en el arranque, fue para un Nápoles que amenazó muy pronto con castigar a un Barça al que parecía venirle bien no tener el esférico. Algo que, para muchos barcelonistas, es poco menos que un sacrilegio. Mertens, cuando aún no se habían jugado ni los primeros dos minutos, estrelló un balonazo en el marco de la portería de Ter Stegen tras aprovechar un fallo de Piqué. Pero el fútbol es caprichoso. Justo cuando menos parecían merecerlo, los azulgrana abrieron el marcador. Lenglet, después de que el árbitro y el VAR desatendieran las protestas de Demme por un empujón aparentemente claro del francés, fue el responsable de anotar el 1-0 tras un saque de esquina perfectamente cabeceado por el ex sevillista a falta de cinco minutos para que se cumpliera el primer cuarto de hora del partido.
El tanto le permitió al Barça jugar más suelto. Más seguro de sus posibilidades. Y Messi, en una acción cargada a partes iguales de talento y pundonor, se las arregló para llevarse el balón rodeado de defensas y, cayendo al suelo, enviarlo lejos del alcance de Ospina y lograr así el 2-0. Se habían jugado poco más de 20 minutos y los azulgrana mandaban con comodidad en el marcador. Y más cómodos podrían haberse marchado al descanso si el VAR no le hubiera anulado el 3-0 al argentino, después de que su control inicial con el pecho tocara levemente en la mano. Con las nuevas normas estrenadas en este reinicio de la Champions, que sólo permiten el contacto con el esférico con la parte más alta del brazo, lo que sería la zona del hombro, no había mucho que objetar, por sutil que fuera ese contacto. Tampoco tuvo mucho que objetar el Nápoles después de que se señalara penalti por un golpe de Koulibaly al propio Messi cuando el capitán azulgrana trataba de robarle el balón. Çakir, a instancias del VAR y tras consultar las imágenes, concedió la pena máxima. Luis Suárez, con su buen amigo aún dolorido, lo transformó. A lo que podría haber sido la sentencia con el 3-0, en cambio, le sucedió un penalti tan claro como absurdo de Rakitic sobre Mertens que Insigne convirtió en el 3-1 justo antes del descanso.
Obligado por las circunstancias, el Nápoles arrancó la segunda parte con la misma actitud inicial. Al Barça, mucho más que en los primeros compases, le bastaba con verlas venir y buscar la contra, por mucho que esa actitud conlleve grandes riesgos. Los italianos tuvieron opciones para marcar y ponerle el miedo en el cuerpo al conjunto azulgrana, más pendiente de defenderse con orden que de volver a amenazar la portería de Ospina. La idea era más tener el balón lejos de la propia que buscar el cuarto, por mucho que hubiera sido más que bienvenido de haber llegado. Llegó, en cambio, lo que podría haber sido el 3-2, invalidado finalmente por fuera de juego de un Milik que obligó a la zaga local a hacer horas extra, pero que no logró darle al Nápoles al menos un tanto que, visto lo visto, habría sido más que merecido.
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