¿Cuánta información puede llegar a almacenar nuestro cerebro?
En 2016, el Profesor José A. Esteban impartió la conferencia “¿De qué están hechos los recuerdos? ¿Y dónde se guardan?” en el Forum Achucarro del Basque Center for Neuroscience. En ella el Biólogo e investigador del CSIC habló sobre la plasticidad sináptica y el desarrollo de aplicaciones terapéuticas para enfermedades como el Alzheimer.
Pensando en el contenido de la charla lo primero que me vino a la memoria fueron un par de artículos recientes. Por un lado el tuit de Vala Afshar, Chief Digital Evangelist en Salesforce.com, comentando el estudio de Constellation Research sobre la importancia del Big Data, la Analítica y la Minería de Datos (otra vez) en este momento de la historia en el que el 90% de los datos que hay en el mundo fueron creados en el último año.
Por otro lado la creación por parte de científicos de la Universidad de Southampton en Reino Unido de un nuevo formato de datos que almacenando información en nanoestructuras de cristal ha conseguido un tiempo de vida esperado de 13.800 millones de años de supervivencia esperada para dicho soporte.
¿No sabes donde almacenar 360 terabytes de datos y puede que tengas que ponerlos a 190º de temperatura? ¡Sin problemas! Tenemos el disco duro perfecto para ti gracias a una técnica de almacenamiento 5D, demostrada científicamente. Así que me puse a pensar, ¿cuánta información podemos recordar? ¿Será más o menos que la que se puede generar en una vida? ¿Y que la que se ha generado en toda la historia?
La información lo peta
Para estimar cuánta información se podía llegar a generar nada mejor para ello que buscar a los referentes en procesamiento de información. En 2011 Eric Schmidt, Consejero Delegado de Google, esa empresa que quiere ordenar la información del mundo para hacerla accesible, dijo que la humanidad generaba 5 exabytes de información única cada dos días en Internet.
¿Qué cuánto es eso? Bernardo Hernández puntualizaba por estos lares que es tanta información como desde el principio de la historia hasta el año 2003, toda junta, a la vez, sin anestesia. Como había gente a quién no le terminaba de cuadrar la cifra la revista Science se decidió a volver a calcular, concluyendo que hemos generado hasta el 2011 unos 600 exabytes. ¿Y cuánto es un exabyte? Mucho.
1000 kilobytes = 1 Megabyte
1000 Megabytes = 1 Gigabyte
1000 Gigabytes = 1 Terabyte
1000 Terabytes = 1 Petabyte
1000 Petabytes = 1 Exabyte
1000 Exabytes = 1 Zettabyte
1000 Zettabytes = 1 Yottabyte
1000 Yottabytes = 1 Bronobyte
1000 Bronobytes = 1 Geopbyte
Así que claro, una habilidad que empieza a ser imprescindible para sobrevivir en este entorno moderno es una memoria hipertrofiada, digan lo que digan. Por lo tanto necesitaba tener una idea de nuestra capacidad máxima de memorizar para poder determinar si cabe todo lo que generamos o no.
Robert Birge, profesor e investigador de la Universidad de Connecticut que analizaba la capacidad de almacenamiento de las proteínas, la estimaba entre 1 y 10 Terabytes en el año 1996, presuponiendo que una neurona era un bit. Más cerca en el tiempo, en el año 2008, consideraba en una entrevista para la radio que en realidad podría ser algo más cercano a 30 o 40 Terabytes, dado que el cerebro no almacena información del mismo modo que un ordenador.
En cualquier caso parece insuficiente para alcanzar nuestro objetivo así que hay que buscar alguna solución. Por una parte es esperanzador recordar que el cerebro olvida cosas, dejando sitio para nuevos recuerdos. Todos tenemos cosas que queremos olvidar (los mayores de 40 años menos porque no hay fotos comprometedoras nuestras en Internet de cuándo éramos jóvenes, no por otro motivo). Pero también es cierto que podríamos olvidar lo que no debemos.
No, en estos temas mejor apostamos por el síndrome de Diógenes de los recuerdos, no se nos vaya a olvidar alguna efeméride importante para nuestra pareja, como su cumpleaños o el día de San Valentín.
Así que probamos a seguir preguntando para descubrir que según con quién hablemos podemos alcanzar la cifra mágica del Petabyte. El cálculo en este caso viene de estimar 100.000 millones de neuronas con 1.000 conexiones sinápticas cada una, tomando cada conexión en vez de cada neurona por 1 bit.
La confirmación nos llega por un equipo de investigadores del Instituto Salk liderados por Terry Sejnowski estimaba en un paper publicado en eLife a principios de 2016 que se podía considerar pasar del tera al peta sin problemas dado que las sinapsis no eran todas iguales, y que los diferentes tipos podían permitir estimar hasta 4,7 bits de información por cada una.
Es más, en algunos casos se habla incluso de un máximo de 2.5 Petabytes. Paul Reber nos da una idea del impacto de esta diferencia en capacidad en un artículo en Scientific American.
En él este profesor de sicología en la Northwestern University explicaba que esta cantidad permitiría almacenar 300 millones de horas de televisión. Claro, lo que no decía es que no era en HD, por lo que no creo que con esa calidad podamos sobrevivir a nuestro reto: 1 petabyte en calidad HD apenas son 13.3 años de vídeo, muy poco si buscamos el amor verdadero y para toda la vida.
Una imagen y miles de palabras
Lo reconozco, esta primera aproximación desanima. Era urgente encontrar soluciones. Así que mi siguiente paso fue intentar determinar el máximo potencial de nuestra memoria. Si era mayor que la información generada todavía tendríamos una posibilidad. Ya hemos dejado atrás la errónea idea de que sólo usamos el 10% de nuestro cerebro, pero aun así está claro que no podemos usar todo a la vez y que lo tenemos bastante infrautilizado.
¿Cómo conseguir utilizarlo de manera que sea posible memorizar todo lo que puede memorizar? El siguiente parecía obvio: debíamos encontrar a los grandes memorizadores de la historia, ver de qué eran capaces y compararlo con los límites.
Desafortunadamente parece que gran parte de los casos más conocidos de memorias “infinitas” eran el resultado de traumas o situaciones no deseadas y, lo que es peor, nada fáciles de repetir sin poner en riesgo nuestra integridad para conseguirlo. Un ejemplo del riesgo del que hablamos era el antiguo caso de Cenn Fáelad mac Aillila, erudito irlandés fallecido en el año 679. Aunque en realidad erudito lo que se dice erudito, no lo era mucho. Vamos, que lo suyo eran las armas y los combates.
Precisamente en uno de ellos se llevó una buena tarascada en la cabeza, que redundó en una herida que le provocó dolores toda su vida por un lado, y una memoria de elefante por otro. Es más, se dice que no consiguió olvidar nada más durante el resto de su existencia. Para entender la dura implicación de adquirir este superpoder debemos saber que Cenn, tras obtener su nueva condición, cambió completamente de vida para darse a la poesía y al aprendizaje del latín, en lugar de disfrutar con los amigos del “tercer tiempo” tras las batallas.
La literatura reciente también ha tratado el tema con interés. Forges escribía sobre “Funes el memorioso” contando en su colección de “Ficciones”, allá por 1944, la historia de un hombre que sufre de hipermnesia tras un accidente común: una caída, en este caso de un caballo.
Curiosamente su nuevo don llega asociado también a otro quebradero de cabeza, esta vez el de no poder dormir (craso error, cómo veremos más adelante). La ausencia de sueño y la premisa de que este proceso es un “eliminador de recuerdos” hace que el protagonista tenga, durante su corta vida, una memoria llena de detalles pero una total incapacidad para pensar y hacer uso de ellos. Estaba en el buen camino…bueno, ya se entiende.
Más cercano en el tiempo era el caso de Kim Peek, quién inspiró el personaje de Raymond Babbit en la película “Rain Man”. Kim no tuvo ningún accidente durante su vida ya que su habilidad se gestó al parecer antes de su nacimiento. Tras nacer Kim los médicos dijeron a sus padres que el niño no era normal y que tendría retraso mental toda su vida, por lo que incluso les recomendaron internarlo.
Estos se negaron para descubrir según iba haciéndose mayor ciertas habilidades que contrastaban con el evidente retraso que efectivamente mostraba, como les habían diagnosticado. El pequeño Kim leía desde los 18 meses. Bueno, la realidad es que se aprendía de memoria los libros que su padre le leía y no necesitaba leerlos nunca más para recordarlos. Con tres años pasó al diccionario, que también memorizó, para terminar con lo se calcula que en su vida fueron alrededor de unos 9.000 libros.
Al igual que en el caso descrito por Borges, su gran memoria y sus otras capacidades no le ayudaban ni en su día a día (problemas de coordinación) ni en analizar o sacar conclusiones. Aparentemente el motivo de su capacidad tendría relación con la ausencia de cuerpo calloso en su cerebro, provocando que sus neuronas formaran una masa compacta de conexiones que amplificó su capacidad, combinado todo esto con un caso evidente de macrocefalia.
El padre de Kim conoció a Barry Morrow, el autor del guion de la película “Rain Man”, en una conferencia en el Estado de Texas en 1984. La película introdujo en nuestras vidas el “Síndrome del Sabio” o Savant, estudiado por Darold Treffert. Un “Savant”, o virtuoso de las artes en francés, es una persona que pese a alguna discapacidad física, mental o de otro tipo, atesora otras habilidades que normalmente se encuentran desarrolladas a un nivel muy superior.
Se asocia al autismo aunque se calcula que menos de un 10% de los autistas tienen habilidades de este tipo. También se calcula que la mitad de los Savants son autistas, lo que no nos ayuda mucho en nuestra búsqueda (segura y sin riesgo para nuestra integridad) de una memoria infinita. En un siglo de estudio se calculan máximo un centenar de personas con esta capacidad. El propio Treffet considera que menos de 50 existen ahora mismo en todo el mundo con ella. Otros investigadores, como Snyder o Mottron y Dawson, intentaron encontrar la capacidad de inducir habilidades, pero sin mucho éxito.
Buscando alternativas pasé a “The Big Bang Theory”, lo que me permitió recordar que existe lo que se conoce como Memoria Eidética Hipertrófica o Memoria Fotográfica. Sí, esa gente que recuerda todo, como Sheldon Cooper o Will Hunting. Si sólo recuerdan cosas relacionadas con su propia existencia hablamos de una Memoria Autobiográfica Altamente Superior (HSAM), de la que se estima que 20 personas así han sido estudiadas en todo el mundo (todas en USA). Son los “Google Humanos” que sufren de Hipertimesia o exceso de recuerdos. Desafortunadamente es una cualidad que, viniendo de serie, se puede perder si no es diagnosticada y trabajada.
Aparece de repente y desde ese momento los que la sufren empiezan a recordar gran cantidad de detalles de su día a día. En este caso Jill Price, que publicó un libro sobre su caso en 2008, puede recordar todos los días de su vida desde que cumplió los 14 años. Recuerda que ya con 8 años, en 1974, empezaba a ser consciente de que algo no era normal en su memoria.
Desafortunadamente estas personas no siempre tienen capacidad para memorizar cualquier cosa, normalmente sus recuerdos se centran en aspectos de su propia vida. Tampoco utilizan técnicas o reglas mnemotécnicas que se puedan aprender o replicar por otros, ni ser gestionadas o mejoradas. Existen varios casos registrados además de Jill Price (la paciente AJ durante mucho tiempo), todos ellos muy similares.
Por ejemplo Brad Williams, Rick Baron o Marilu Henner, estrella de una serie de TV en EE.UU, lugar de origen por cierto de la mayoría de casos. El estudio de estos pacientes por parte de un equipo de la Universidad de California en Irvine, comandado por la doctora Parker, sí ha ayudado a entender mejor dónde y cómo se almacenan datos en el cerebro.
No les ha ayudado tanto a los portadores de este don, ya que como la propia Jill comenta tiene la parte negativa de pasar gran parte de su vida en el pasado, de no conseguir identificar para qué es cada llave, de sufrir problemas con el reconocimiento facial de personas y de mostrar además tendencias obsesivo-compulsivas.
Hacerse un Foer
Llegados a este punto del camino parece que las alternativas para tener una memoria “acorde con los tiempos que corren” eran tener un accidente esperando que la suerte nos sonría, inducirse alguna anomalía genética o de nacimiento y poco más. ¿No existiría ninguna otra manera de conseguir una memoria de elefante?.
Un periodista en Estados Unidos dedicó un año de su vida a encontrar la solución a este problema. Nuestro prohombre es Joshua Foer, quién decidió dejar todo para conocer mejor a la gente que se dedicaba profesionalmente a desarrollar su memoria, llegando incluso a entrenarse él mismo para los campeonatos de memoria de EEUU.
Sin ningún tipo de conocimiento previo del tema, ni capacidad especial, ni genética natural, ganó el campeonato en el año 2006. Terminó escribiendo su experiencia en un libro, “Los desafíos de la memoria” se puede encontrar en español, “Moonwalking with Einstein: the art and science of remembering everything” en inglés. Joshua también da charlas en TED explicando como “gente normal” puede ampliar su capacidad de retención.
Uno de sus primeros descubrimientos fueron las técnicas mnemotécnicas milenarias, como los palacios de la memoria. Aristóteles hablaba ya en su tiempo de lugares donde éramos capaces de almacenar contenido para ser recordado. La cosa no quedó en el pasado: se hablaba y estudiaba sobre las ars memorativa en fuentes clásicas o estudios medievales. San Agustín escribía profusamente sobre la memoria en sus “Confesiones”, de hecho el término aparece unas 100 veces, y hace referencia también a un lugar donde podemos acceder y en el que se guardan los recuerdos.
Frances Yates en su libro “The Art of Memory” (1969) confirmaba cómo los antiguos griegos y romanos utilizaban una técnica basada en la memorización previa de la disposición de cada cosa en una habitación o edificio. Joshua Foer incluye en el suyo la historia del griego Simónides de Ceos, que disfrutaba de un banquete con amigos en el siglo V a.C. cuando todo se derrumbó a su alrededor, falleciendo la mayoría de los presentes.
Superviviente de la catástrofe, se convirtió de repente en historia de la memoria cuando, abstrayéndose de lo sucedido y tomando como referencia las columnas, mesas y disposición en general de la estancia, consiguió llevar de la mano a los familiares de los fallecidos para decirles donde estaban en el momento que todo cambió en sus vidas. Cuentan Joshua y la leyenda, que en ese momento, con esa demostración práctica de la técnica de Simónides, el estudio de la memoria comenzó su andadura oficial.
Así es como la idea de utilizar como referencia un “lugar” físico es la base de esta técnica mnemotécnica conocida como Método de loci (plural del término en Latin “locus” o localización, ubicación). Memorizamos primero un “contenedor”, una referencia, por ejemplo utilizando un edificio o una casa, en definitiva un lugar que conocemos; incluso podemos crear uno desde cero. Una vez desarrollado éste diseñamos rutas a través del mismo, para tener también un orden, una secuencia que vamos a seguir para movernos por él y que nos hará de hilo conductor, convirtiendo una compleja tarea en una agradable paseo.
De este modo resolvemos dos problemas importantes: recordar cosas que al cerebro le cuesta recordar de manera natural, y recordarlas dentro de un contexto incluso cuándo no lo tienen per se. La idea, después copiada por los ingenieros de comunicaciones, de utilizar una “portadora” del mensaje, que facilite su transporte y almacenamiento, es tan antigua como nuestra cultura. Griegos y Romanos en sus tratados de retórica antiguos, como la “Rhetorica ad Herennium”, el libro de retórica en latín más antiguo que ha sobrevivido hasta nuestros días (originario del año 90 A.C.), ya hablaban de los lugares donde guardar cosas en nuestra memoria.
Problema resuelto…de momento
Llegados a este punto parte del problema parecía resuelto. No podíamos confirmar si el cerebro podía recordar toda la información que se genera, pero si sabíamos que existía gente que recordaba todo, y que siguiendo las indicaciones de Foer cualquiera podía aprender a memorizar gran cantidad de información importante, como las fechas imprescindibles para sobrevivir en una relación de pareja moderna. Y a fin de cuentas si Foer, un periodista, había sido capaz de hacerlo, cualquier debería poder serlo.
Guillermo de Haro (@guillermodeharo) es profesor y escritor, por lo que se dedica a hablar de su libro, “Ligonomics” Para que no se note lo camufla contando lo que aprendió estudiando Ingeniería y un MBA, soltando palabras indescifrables aprendidas durante sus dos doctorados y pavoneándose de haber estudiado en Stanford, Harvard o la URJC.
Lo adereza con supuestas experiencias (nunca demostradas científicamente) montando un ecommerce en Alemania, fotocopiando en Workcenter o en la farándula. De su turbio pasado como consultor no suele hablar, pero se nota. Vive entre Múnich y Madrid, aunque es de “Bigbao”, la ciudad más grande del mundo..
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Fotos | David Matos | iStock
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La noticia
¿Cuánta información puede llegar a almacenar nuestro cerebro?
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Guillermo de Haro
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