Cuando se fabricaban móviles en Campanillas, Málaga: 700 millones de euros y 5 millones de móviles al año
Quizás si decimos “Vitelcom” más de uno no sepa de qué estamos hablando, pero seguro que si hablamos de TSM a muchos les suena mucho más. Los TSM fueron los teléfonos móviles de marca blanca que sacó a la venta Telefónica España en la década pasada, aunque llegaron a varios mercados más, como el alemán, el británico, y sobre todo, el latinoamericano. Antes de que ni siquiera existiese BQ diseñando desde Las Rozas, Vitelcom también se dedicaba a diseñar e incluso fabricar los teléfonos móviles TSM desde Campanillas, un distrito de la capital malagueña en el que se ubica el Parque Tecnológico de Andalucía.
Este parque, también conocido como PTA, se remonta a 1985, cuando la Junta de Andalucía decidió estudiar la viabilidad de un proyecto así en la comunidad y escoger la mejor ubicación posible. Tras el informe favorable de una consultora japonesa, en 1992 fue inaugurado. La localización no fue fruto del azar: se encuentra a trece kilómetros del centro de Málaga, a siete del Campus Universitario de Teatinos (donde se estudian, entre otras carreras, Informática, Teleco o Ingeniería Industrial), y a seis del Aeropuerto de Málaga-Costa del Sol.
La idea con el PTA era implantar una malla industrial en torno a las nuevas tecnologías y las telecomunicaciones que dinamizase toda la autonomía, también cualitativamente. Pronto llegaron empresas como Hughes Microelectronics, CETECOM (más tarde rebautizada como AT4 Wireless), Ingenia o Bic Euronova, la incubadora del Centro Europeo de Empresas e Innovación.
En ese contexto, en 2001 comenzaron las obras de construcción de Vitelcom, con una inversión inicial de 10.000 millones de pesetas, unos 60 millones de euros. El capitán de la nave era Carlos Carrero, un emprendedor catalán que se convirtió en propietario y administrador único. Su mano derecha, un amigo íntimo: Joan Salart. El 5 de julio de 2001 Vitelcom se constituyó como empresa y en 2003 se inauguró la planta por todo lo alto. Así, la nueva compañía se convirtió en el buque insignia del PTA y comenzó la actividad.
Vitalidad en las comunicaciones
La historia de Vitelcom no se entiende sin la relación con Telefónica, quien designó a la planta andaluza para la fabricación de sus terminales de marca blanca en régimen de exclusividad. Aunque más tarde se logró alguna otra licencia, Vitelcom nació para proveer únicamente a Telefónica durante al menos diez años, el tiempo que marcaba el contrato. El motivo de esta elección solo fue una obligación contractual: Telefónica obtuvo una licencia 3G estatal -en un polémico concurso– y en el pliego de condiciones se estipulaba que tenían que montar una fábrica de móviles en España.
No obstante, a Telefónica no le venía nada mal un proyecto así. Era la época de los teléfonos “regalados”, nadie quería pagar por ellos sino sacárselos gratis o casi gratis a la operadora, que inflaba la cuota mensual en compensación pero tenía que hacer frente a gastos altísimos comprando terminales. Los teléfonos de Vitelcom, bastante baratos, aliviaban esta carga. Nokia, Sony Ericsson… los principales proveedores ponían precios muy altos a los teléfonos, incluso a los de gamas menores, aprovechándose del sistema de compras de la época.
En una época en la que nadie pagaba teléfonos sino que los sacaba “gratis” a su operadora, Vitelcom fue la forma de Telefónica de rebajar costes de compra de terminales
El nombre de Vitelcom significaba “VITalidad En Las COMunicaciones”, algo que se reflejó en la plantilla: muchos de los operarios de producción apenas tenían veinte o veintiún años. Entre los ingenieros se encontraban muchos acababan de salir de la universidad, para ellos ese era su primer o segundo trabajo, algunos contaban con veintitrés años y una licenciatura recién conseguida bajo el brazo.
Uno de ellos es Enrique Ramírez, que entró en Validación justo a los veintitrés, primero con una beca por la que ganaba 800 euros al mes -una cantidad más que razonable para un becario en 2003- y luego con un contrato que le duplicaba el sueldo de becario. Allí se encargaba de hacer varias pruebas a los terminales antes de que pasaran a producción. “Yo no era consciente de las cifras que se manejaban allí, iba con mi experiencia de becario, ahora que lo recuerdo me parece un poco gore“, recuerda casi tres lustros después.
El TSM 1 y el TSM 3 fueron algunos de sus primeros proyectos. El TSM 1, sencillo y austero, se vendió excepcionalmente bien en México. ¿Quién dirigió el testing? Un compañero de Enrique, también becario. Una muestra de hasta dónde podía llegar la juventud de Vitelcom, quizás hasta extremos poco saludables. Enrique, que solo en 2004 llegó a subir a más de cincuenta aviones, tuvo que ir a varios países latinoamericanos a probar los teléfonos. Eso implicaba cruzar fronteras con cuarenta teléfonos en la mochila y el riesgo que ello supone.
Aquellas pruebas de campo a veces se hacían, literalmente, en mitad de la selva. Como en un viaje de tres meses a El Salvador antes de partir a Guatemala, Chile, Colombia… Muchas infraestructuras estaban prácticamente por desplegarse y él, junto a otros compañeros, era el encargado de comprobar que todo funcionaba bien. Cosas de trabajar indirectamente para Telefónica. Así y todo, Enrique lo recuerda con cariño: “Para mí fueron años bonitos, a veces duros, pero tengo un recuerdo maravilloso de compañeros y jefes, son grandes profesionales y aprendí mucho de ellos”.
Ir a trabajar a Vitelcom en traje y corbata era hacer el ridículo: demasiada juventud en la plantilla
Uno de esos compañeros era Juan Solsona, ingeniero que hoy trabaja en Intel desde Múnich. Llegó también en 2003 desde Madrid, pensó que al ir a una provincia desde la capital se comería el mundo y en cuanto comenzó cayó en la realidad: “¡Qué nivelazo! Tanto en hardware como en software, la gente tenía muchísimo nivel”. No fue el único patinazo de su debut. Con 36 años, pensó que lo normal era acudir con traje y corbata. “Qué ridículo hice”, recuerda entre risas. La corbata no acabó el día. Demasiado llamativa en un entorno de veinteañeros con polo y vaqueros.
“De muy largo, el mejor sitio en cuanto a compañeros en el que he estado”, rememora Juan, hoy con 49 años y mucha experiencia a sus espaldas. “Allí, el más tonto hacía submarinos. Luego fui a Ericsson, ahora estoy en Intel, hago prácticamente lo mismo, y el nivel que veo no tiene nada que envidiar al de Málaga”. Sus compañeros más cercanos eran Paco Malpartida –un entusiasta del open source, Manolo Granados, Paco Ferreira y David Torelli. El primero, criado en Reino Unido, es “el mejor motivador” que ha podido conocer. “El mejor manager que he tenido”. Cada viernes reunía a todos en su despacho y les mostraba las cifras de teléfonos distribuidos. “Aquello nos ilusionaba, ir luego a un Carrefour y ver que la gente compraba eso en lo que tú habías trabajado…”.
Todos coinciden en señalar el buen ambiente que había en las oficinas. Cada vez que alguien cometía un error de bulto, Malpartida imprimía su foto y la colocaba en la pared junto al letrero “CALAMAR DEL MES”. El hecho de que mucha gente, en especial ingenieros, llegasen de fuera de Málaga, hizo que la vida conjunta continuase fuera del trabajo. Era muy común ver a varios juntos en el gimnasio o en el mítico Pimpi Florida, entre copas y marisco. “Esas amistades han quedado para siempre”, apunta Solsona. No miente: este verano, diez años después del cierre de la empresa, muchos comieron juntos en Málaga para reencontrarse.
Todos los exempleados entrevistados coinciden: lo mejor de Vitelcom era el gran ambiente que se respiraba, incluso cuando las cosas se torcieron
Precisamente David Torelli recuerda la época con palabras parecidas: “Era un grupo estupendo, de los mejores de mi carrera. Mucha pasión, mucho reto, muy buen rollo. Los jefes de software que teníamos eran súper competentes, un grupo humano y profesional muy ágil. Estábamos en la cresta de la ola, haciendo cosas de última generación. Hasta el jefe bajaba a picar código con nosotros. Trabajábamos todos a una. Solo puedo decir cosas buenas”.
David trabajaba con llamadas de voz y videollamadas, recién llegadas entonces gracias al despliegue del UMTS. En aquel entonces, las herramientas no eran las actuales: no había simuladores ni kits de desarrollo como los de iOS y Android. Todo era más artesano, muchas veces el trabajo consistía en hacer un análisis post-mortem de por qué un teléfono había estallado. Para él, aquella época se diferencia de la actual en que “antes había más espíritu de trabajo en equipo, ahora en general veo más competitividad, más ego, más necesidad de sobresalir”.
Pese a todo, cuartos
De esa fuerza colectiva salieron terminales como el TSM 5, el TSM 30 o el TSM 100, entre otros. Los tres fueron fuertes apuestas de Telefónica, en especial el TSM 5, que se comercializaba por 99 euros en prepago y fue protagonista de una intensa campaña navideña en el curso 2003-2004. Funcionó bien en ventas. Tenía pantalla a color y tonos polifónicos, algo que ya estaba en el mercado pero que todavía no era canónico, y menos en esa franja de precios.
Para publicitar al TSM 5 se hizo mucha fuerza en la descarga de juegos por WAP, y Telefónica aspiraba a lograr grandes ingresos con ellos el día de Reyes de 2004. El terminal tenía capacidad para dos juegos Java, y en Movistar eMoción, el portal WAP, se podían descargar varios por entre tres y cinco euros. El día 8 llegó un reporte de errores: demasiados TSM 5 fallaron a la hora de realizar las descargas. Muchos euros no ingresados. Miguel Martín, de ingeniería de procesos, y el resto del equipo intentaron replicar el fallo, pero no lo consiguieron. Igual que tampoco consiguieron demostrar que el fallo no fue suyo: en momentos de congestión de red es complicado que todo salga bien.
Otros teléfonos también se vendían con éxito, y ello propició que TSM consiguiese ser el cuarto fabricante en cuota de mercado en 2004, y eso que solo vendía con Movistar, de quien supuso el 25% de sus ventas de terminales. Su producción total ese año alcanzó los cinco millones de terminales. Los años bárbaros. 700 millones de euros facturados en un ejercicio.
Mientras tanto, cada semana llegaban varios empleados nuevos a la planta, que iba sumando mano de obra hasta rozar las 600 personas. Como recuerda Solsona, “pese a tener poquitos medios, había mucho ingenio para sacar todo adelante”. Poquitos medios como una máquina para depurar que costaba 9.000 euros y aun así era la versión pequeña. La versión superior la tenía el comercial de Qualcomm en España, y muchas veces los ingenieros se la pedían prestada como favor para poder avanzar más rápido.
Todo creció tan rápido que a veces el personal de la planta ni siquiera estaba formado en medidas de seguridad básicas para el manejo de electrónica en producción
Solsona también recuerda riendo anécdotas que evidencian lo deprisa que tuvo que desplegarse todo, a veces sin tiempo para formar a algunos operarios. Como cuando vio que en la planta de producción, hasta arriba de medidas de seguridad contra la electricidad estática, como bandejas o guantes especiales para manejar los teléfonos, alguien del personal de limpieza pasaba el plumero a una remesa de terminales.
“Malpartida y yo llorábamos de risa, era todo como de película de Fellini”. O como cuando el jefe de producción le llamó cabreado porque los móviles no iban con la flash que él pasó, y resulta que es que había copiado directamente el archivo zip sin descomprimir.
Julio F. Corpas, que llegó de Telefónica para encargarse de los contenidos y acabó haciendo de todo, subraya esta versión: “A veces nos sorprendíamos nosotros mismos de que todo saliese. Muchas cosas pasaban por la precipitación, Telefónica montaba una campaña con prisas y todo se hacía a salto de mata. Allí hay mucho jefe y poco indio, y en ocasiones nos llegaban mensajes contradictorios de diferentes departamentos. Teníamos que hacer videoconferencias con mucha gente para ponernos de acuerdo”.
“¿Que te preste a 60 tíos dos semanas? Ni hablar”
En otras ocasiones, los problemas estaban dentro de la propia Vitelcom. Concretamente, en luchas de ego entre departamentos. No era lo común, pero a veces ocurría. Por ejemplo, cuando se importaron 2.000 teléfonos GR 980 -luego brandeados como Grundig- y Telefónica pidió un cambio en el software para adaptarlo al “Escritorio Movistar”. Había dos soluciones:
- Devolver los 2.000 teléfonos a HTC, el fabricante, y que los reflashearan ellos. Los costes eran carísimos y apenas había tiempo entre los envíos. Se descartó esta vía.
- Reflashearlos desde Vitelcom. Era la opción factible, así que Corpas pidió a José Luis López, a quien apodaban “el abuelo”, que le prestara 60 ingenieros durante dos semanas para la tarea. Éste se negó. “Ni hablar. Subcontrátalo”. Corpas pidió presupuesto: 100 euros por terminal. 200.000 euros en total. Le comentó el problema a Carrero, quien bramó y llamó al despacho a López. “Al otro le llovió mierda”, cuenta Corpas. Al final los teléfonos se reflashearon desde Vitelcom con una task force de operarios especial. “Ten en cuenta que esos operarios a veces tenían mucha carga de trabajo pero otras veces estaban más parados, como en ese momento”, añade.
En el almacén también había problemas por el poco tiempo para entrenar empleados. Quizás los coordinadores iban de noche a pedir piezas y el encargado lo apuntaba en una hoja de papel, o ni lo apuntaba. Luego otro encargado gritaba “¡Había 20.000 carcasas aquí! ¿Dónde están?”. Se unieron la escasa formación tecnológica y unos años en los que el despliegue todavía estaba empezando.
A pesar de todo, los teléfonos se fabricaban y salían a las tiendas. “Éramos pequeñitos, era un sitio muy especial. La mitad eran recién licenciados, la otra mitad venía de hacer aplicaciones web”, dice Solsona. Algo que corrobora Ramírez: “Era un entorno de formación continua, nunca parabas de aprender, de renovarte”.
“Si no llega a ser por Telefónica, Nokia nos cruje”
Para 2004, Vitelcom había crecido mucho gracias, sobre todo, a los teléfonos más asequibles, más sencillos. Por experiencia, y por recursos. Cumplían bien y el sobrecoste que podía ocasionar fabricar en España respecto a Asia lo compensaba la nula necesidad de marketing que tenía la empresa: esa factura corría por cuenta de Telefónica. No obstante, la relación con la teleco empezaba a mostrar claroscuros.
Vitelcom se hizo grande fabricando teléfonos sencillos, pero Telefónica dio la orden repentina de virar a terminales más complejos, algo que deprimió el ritmo
Hay un factor que explica el principio de los problemas para Vitelcom: el cambio de paradigma en los encargos de Telefónica. Renunció a móviles sin cámara y cada vez los pedía más sofisticados, algo que pilló a pie cambiado al equipo. Aquello fue en 2004, y aunque sí se desarrollaron algunos terminales de ese estilo, como el TSM 520, con Windows y para uso empresarial, el día a día no volvió a ser igual.
Eso fue en 2004, el año que marcó el punto de inflexión. En sus postrimerías llegó una noticia dura, una demanda de la todopoderosa Nokia, que acusaba a Vitelcom de violar patentes GSM y GPRS. Vitelcom respondió con una demanda cruzada por “daños morales” por valor de 50 millones de euros. Naturalmente, no prosperó. Ahí, Telefónica mandó un mensaje pétreo a Finlandia: o retiraban su demanda, o se tendrían que “repensar” los pedidos a Nokia para la inminente campaña navideña. La demanda desapareció por arte de magia. “Telefónica ahí nos echó un buen cable, si no llega a ser por ellos, Nokia nos hubiese crujido”, recuerda otro exempleado de Vitelcom.
No son las únicas buenas palabras hacia Telefónica. Luis Miguel Gilpérez, hoy Presidente de Telefónica España, fue otro miembro implicado con Vitelcom. “Ese tío vino para trabajar de verdad”, nos cuenta Corpas. “Los directores le tenían miedo, hacía las reuniones los viernes a las siete de la mañana“. Una práctica que, según nos consta, sigue haciendo quince años después en Distrito C, sede de la teleco en Madrid. “Nunca tenía descanso. Una auténtica máquina. Cuando estaba en el CRC -Centro de Relación el Cliente- y una operadora se marchaba a casa, a veces él se ponía sus cascos y hacía su trabajo para ver qué decían y qué sentían los clientes. Es uno de los más válidos que ha podido escoger Telefónica para su puesto actual”.
Vitelcom compró la licencia de Grundig para poder vender teléfonos a otras operadoras
Mientras tanto, Vitelcom obtuvo la licencia para fabricar teléfonos bajo la marca Grundig, un nombre que nunca cuajó en la telefonía móvil y en cuyo proyecto trabajaba, entre otros, Torelli. La fábrica barajó otras firmas de las que obtener una licencia así, como Pioneer, pero finalmente Grundig se llevó el gato al agua. La idea era dar una imagen más amplia que no limitase la visión de Vitelcom a productos TSM. Premonitorio, aunque sin éxito.
Hasta ahí llegaron, en cualquier caso, los buenos tiempos. El ambiente estaba siendo tan simpático que hasta el departamento de software colocó un huevo de pascua en los TSM 5: pulsando una combinación de teclas, aparecía una foto del equipo. Cuando los de hardware se enteraron, se enfadaron… porque ellos también querían lo mismo. Y lo consiguieron.
El adiós de Telefónica
El año 2005 fue avanzando en la misma medida que lo hacían los problemas para la fábrica. Ahí es donde entra otro factor que aumentó los disgustos en la casa: el volumen y la complejidad de desarrollos múltiples. Telefónica siguió expandiéndose y entró con los TSM en nuevos mercados, como el brasileño, el marroquí, el alemán o el británico, además de casi toda América Latina. Desarrollar muchos terminales que además tenían que probarse y optimizarse para tantos países fue una barrera demasiado grande. Con Argentina o Chile salía rentable, pero con Guatemala o El Salvador, no. Cuestión de volumen. Por si fuera poco, algunas remesas del TSM 30 salieron con fallos y El Corte Inglés, uno de los distribuidores más apetitosos, no volvió a comprar ningún TSM. O2, de Alemania, también cerró la puerta.
“TSM perdió toda su reputación. Nadie quería uno. Lo de Grundig fue un intento desesperado por seguir funcionando”, cuenta Ramírez. Otro empleado solía decir que “en Vitelcom no somos una empresa, somos una banda. Tal y como se hacen las cosas, bastante bien nos va”. A veces hasta la madre naturaleza jugaba en su contra: el huracán Wilma de 2005 destrozó la fábrica asociada que tenía Vitelcom en México. Aquella fábrica existía porque la legislación local obligaba a que los teléfonos al menos se ensamblaran allí, de lo contrario había que pagar un royaltie que se comía los beneficios. Aquello dejó sin poder vender durante mucho tiempo en México, un gran mercado, y los encargos fueron a parar a otros fabricantes.
Muchos apuntan a malas decisiones de estocaje y aprovisionamiento: los componentes se iban quedando obsoletos o caducando antes de que se les diese salida
“Luego llegaron los tiempos duros. El management no funcionaba muy bien, compraron partidas enormes de chips de Qualcomm que cuando los encapsulas en BGA caducan. Y nos caducaron”, cuenta Solsona. “Quizás hubo mala gestión de estocaje, se compraron baterías, pantallas, carcasas… Pero no hubo salida y ahí se quedaron, 50 o 60 millones de euros en componentes. Al final la deuda rondó los 270 millones de euros. Y ya hubo un ERE, problemas de liquidación…”, rememora Torelli. Así empezó el fin.
Hay un rumor, quizás mito, que dice que en China se envía la factura de la bala de un fusilamiento a la familia del ejecutado. Algo así hizo Telefónica con Vitelcom: de la noche a la mañana decidió que ya no quería más móviles TSM y además ni siquiera se hizo cargo de los terminales que tenía comprometidos, y por tanto, casi listos en el almacén del PTA. Carrero había dicho en 2004 que “mientras el mercado esté creciendo a esta velocidad, no tenemos que preocuparnos por vender a un único cliente”.
Algunas fuentes apuntan a una teoría que aunque hemos escuchado de distintos orígenes no hemos podido confirmar: Carrero montó Vitelcom porque un buen contacto en Telefónica le sugirió que lo hiciera para llevarse el contrato de la operadora y los teléfonos de gama blanca. En 2005 hubo cambios en la directiva y ese contacto se marchó a Latinoamérica, algo que dentro de la casa se conoce como “retiro dorado”, cosa que ocurre cuando se quiere apartar a un directivo del epicentro de la toma de decisiones. Su reemplazo decidió prescindir de varios proyectos de su antecesor, Vitelcom entre ellos. Mecha prendida.
Pista de pádel y chef de El Corte Inglés
Carrero nunca fue alguien cercano a los empleados. La inmensa mayoría ni siquiera llegaron a tratar con él, y únicamente algunos mandos hacían de interlocutores entre Carrrero y la plantilla. Lo recuerda Solsona con tono agradecido: “Manolo Granados era uno de ellos. Él se comía muchos marrones muy grandes y luego a nosotros nos enseñaba una cara muy diferente”.
Corpas sí lo recuerda más cercano: “Carrero era muy campechano, daba libertad pero era exigente. Se pegaba buenas palizas, llegaba a las nueve y se iba a las diez o las once de la noche. Se fumaba sus puros en el despacho, sí, pero se hacía la jornada europea y la coreana. Un encanto de persona”.
Mientras las cosas iban bien, a nadie le importaban sus excentricidades, como cuando montó una pista de pádel en el parking -solo para directivos- o cuando el chef de El Corte Inglés de Málaga empezó a ir cada mediodía a su despacho a prepararle la comida. “Llegó un momento en que en Vitelcom se ataban los perros con longanizas”, dice Ramírez. Para Corpas, aquello fue “un exceso”, aunque era cierto que en los buenos momentos la empresa facturaba como para eso y como para mucho más. Él podía comer allí, pero nunca lo hizo. Prefería irse con otros compañeros al Mari Luz de Santa Rosalía, un pueblecito cercano.
En 2006 y 2007, las líneas de producción pasaban la mayor parte del tiempo paradas. De las excusas peregrinas se pasó a la preocupación y la fuga de empleados
Uno de los últimos proyectos de Vitelcom que llegaron a ver la luz fue un teléfono extremadamente simple para niños desarrollado de la mano de Imaginarium. Martín recuerda que se vendió especialmente bien, pero no valía solo con eso. En 2006, Carrero ya tuvo que pedir ayuda a la administración pública ante la falta de liquidez.
Varios exempleados apuntan que llegó un momento en el que las máquinas de las fábricas casi siempre estaban paradas. A veces, los componentes pasaban tanto tiempo almacenados que cuando se podían usar ya estaban obsoletos. En medio de la crisis, el jefe financiero se marchó. Luego comenzaron los rumores de que los comerciales estaban viajando a países como Nigeria para intentar dar una salida desesperada a los teléfonos. Tampoco salió bien. Otro antiguo empleado nos cuenta que ni Carlos Carrero ni sus financieros sabían realmente cuánto costaba fabricar cada teléfono, como demostraron en una reunión. Sintomático.
Miguel Martín, que entró en 2003 a los 26 años, se marchó en el verano de 2007, un año antes del cierre definitivo. “Teníamos pocos pedidos, las líneas casi paradas… Se comentaba que llegarían nuevos inversores y mi primera opción era quedarme, estaba a gusto y el ambiente era genial, pero ver las líneas tan paradas me hizo ir pensando que era mejor idea ir buscando otra cosa”. El tiempo le dio la razón. China fue otro clavo en el ataúd: “China empezó a fabricar masivamente y nos dejaron fuera del mercado. Vendían teléfonos a cinco o diez dólares”, recuerda Corpas.
300 entierros
Para Ramírez, la sensación era de desamparo. Desamparo por parte de Telefónica, desamparo por parte de las administraciones y desamparo por parte de la propia industria. No obstante, Solsona apunta que incluso en los tiempos duros lo pasaron bien en el día a día.
Tras aquella crisis, muchos fueron largándose voluntariamente. Los que no, conocieron lo que era una suspensión de pagos en la víspera de Pascua de 2007. Demasiada penitencia, incluso para Semana Santa. Luego llegó el temido ERE, que se tradujo en un drama social que salpicó a toda Málaga. Hasta el obispo, que en paz descanse, salió a defender a los trabajadores de Vitelcom. Ni Nigeria, ni la Junta de Andalucía ni la divina providencia pudieron compensar el efecto del adiós de Telefónica: Vitelcom tuvo que cerrar sus puertas.
Carrero intentó que Telefónica reculara hasta el final. En marzo de 2007 instó a la teleco a comprometerse a comprar nueve millones de teléfonos a casi cien euros la unidad durante tres años para poder evitar los despidos de los cuatrocientos trabajadores que quedaban en la empresa. Pero Telefónica no estaba por la labor de destinar casi 1.000 millones de euros a algo en lo que ya no creía. Seguramente hizo bien: el iPhone y Android estaban a la vuelta de la esquina.
El cierre de Vitelcom no pudo llegar en peor momento: justo cuando estaba comenzando la crisis de 2007
Viendo que los despidos ya eran inminentes, un día la sede de Vitelcom amaneció con 300 cruces plantadas en los alrededores, una por cada despedido. Un cementerio simbólico que la prensa tituló como “300 entierros en Vitelcom“. En la calle, manifestaciones que clamaban por una solución a los despidos.
El PSOE aprovechó que todo ocurría en plena campaña electoral para acercarse a los damnificados y prometer apoyos, y hasta Manuel Chaves, presidente de la Junta, entró a mediar. La manifestación del 1 de mayo, Día del Trabajador, tuvo como epicentro a Vitelcom. Fue la de 2007, la última antes de que la palabra “crisis” se hiciera omnipresente y la tasa de desempleo comenzara una escalada que cambió por completo a España.
Muchos fueron finalmente colocados en Servivation, una empresa creada para darles cobijo tras el cierre con el aval del ex-consejero andaluz Francisco Vallejo. Una operación polémica: la empresa cerró tras cinco años y todavía hoy colea por las acusaciones de corrupción a quienes la pusieron en marcha. Como telón de fondo, una lluvia de ayudas y préstamos públicos que fueron engullendo dinero jamás devuelto ni bien aprovechado. Otros terminaron en AT4 Wireless, con mejor tino: llegó a facturar 30 millones de euros al año con centenares de empleados y fue vendida a una alemana por 44 millones de euros siendo casi la mitad de su accionariado de titularidad pública.
El proceso concursal de Vitelcom comenzó con los administradores designados por el juez, Enrique Sanjuan, calificando como culpable de la quiebra a Carrero. Únicamente obligaron a Telefónica a pagar 7,5 millones por los gastos del proceso. Carrero dijo que su único error fue “confiar en Telefónica”. El proceso se prolongó hasta 2014, cuando el BOE dio por concluido el concurso y la empresa extinguida. Hoy Vitelcom es solo un bonito recuerdo colectivo con un amargo sabor final. Lo tangible desapareció: la fábrica fue abandonada y en varias ocasiones entraron a robar material.
Carrero acabó marchándose a México, donde montó junto a su mano derecha y amigo de toda la vida Juan Salart otra fábrica de dispositivos móviles, Senwa. En 2011, un incendio destrozó lo poco que todavía quedaba de la planta de Vitelcom. Su web corporativa acabó con el dominio registrado por alguien que enlaza a “webs porno de maduras de gran calidad”, como una burla macabra del final de la empresa malagueña montada en tiempo récord que llegó a plantar cara a Nokia y Motorola en sus buenos tiempos. En la cara B del disco, un grupo de WhatsApp da cobijo a los que en su día fueron protagonistas de la aventura de fabricar móviles desde Campanillas.
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La noticia
Cuando se fabricaban móviles en Campanillas, Málaga: 700 millones de euros y 5 millones de móviles al año
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Javier Lacort
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